Los filósofos nos pasamos la vida haciéndonos preguntas. Eso nos separa dichosamente de algunos profesionales de salud que solo hacen propaganda, como una médica o enfermera que dijo en Repretel que vacunar es un acto de amor.
Hace poco me preguntaba cómo es posible que, si en una PCR solo hallamos genes o fragmentos del COVID-19, seamos capaces de contagiar con solo hablar con otro o dejar cientos de virus completos en objetos. Nadie ha respondido esa pregunta.
Ahora me surge otra. Los virólogos dicen que el ARNm es un mensaje como los de Misión Imposible, que se autodestruye tras dar información a las células de producir la espiga. Nadie sabe cuántas células se contaminan o cuánta espiga se produce. Hoy sabemos que la proteína espiga por sí sola causa daño en el endotelio de los vasos sanguíneos.
Cuando se supo de esos daños, los defensores de Pfizer aseguraron que la espiga no se difunde en el torrente sanguíneo, sino que se queda empotrada en la célula. El sistema inmune debe reconocer al espiga suelta o empotrada y fabricar anticuerpos contra ella. Aquí surgen tres dudas filosóficas de alto vuelo y que todos los profesionales en salud deberían hacerse.
1. La gente muere porque su sistema inmune no reconoce al virus ni lo combate a tiempo. ¿Por qué se espera que un sistema inmune incapaz de reconocer a un virus como enemigo sea capaz de reconocer a una proteína de ese virus como enemiga y fabricar anticuerpos contra ella?
2. Si la espiga se ha difundido por la sangre y ha afectado órganos, es imposible que el sistema inmune (Los linfocitos T especialmente) la persigan y destruyan por todo el organismo.
3. Si es cierto que la proteína queda empotrada en las células, ¿Qué considerará el sistema inmune como enemigo, a la proteína o a la célula infectada completa? Obviamente es a la segunda, por eso algunos sistemas inmunes atacan las plaquetas y provocan una trombocitopenia. Sin duda, son preguntas que todo profesional de salud debe hacerse antes de decir que inyectarse es un acto de amor.
Luis Solórzano
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