A finales del siglo XIX se desató una epidemia de cólera en Asia que amenazaba Europa. Robert Koch y su equipo se trasladaron al lugar para atender a los enfermos y descubrir el modo en que se transmitía el mal. Colaboradores de Pasteur también fueron a luchar contra el cólera, uno de ellos murió en el intento. Todos mostraron un valor parecido al de Pancha Carrasco y tantas otras personas que atendieron a los enfermos del cólera y a los heridos en Costa Rica durante la Campaña Nacional, en una época en que no había vacunas, antibióticos y ni siquiera se sabía que existan los virus.
Otro científico estadounidense probó todo tipo de secreciones de enfermos de un extraño mal para demostrar que este no era transmisible, sino que era motivado por una mala dieta. Son incontables los casos de médicos que se inocularon una enfermedad para probar que un fármaco era útil contra ella. Hoy una “científica” de la UCR pide que, para dar clases, el campus esté libre de los miembros de una secta a los que niega el derecho a la educación. Teme que le contagien un mal que ellos no tienen y contra el que ella ya se ha puesto tres o cuatro dosis.
Asegura que esos sectarios son un caso perdido y no pueden ser convencidos de las bondades de la vacuna. La única forma es obligarlos al negarles acceso a buses, aviones, restaurantes, educación, dice. No se da cuenta de que la mejor forma de convencernos es que ella se exponga al virus, dé clases a no vacunados e incluso a contagiados, para demostrar que las tres pócimas que se ha puesto la protegen al menos en un 95% del contagio y la enfermedad grave. Primera vez en la historia que un vacunado teme y segrega a los no vacunados.
Luis Solórzano
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