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Bancarrota de los universitarios

Tanto en generales, como en materias de cultura universal y la carrera de filosofía, se enseña a cuestionar e investigar. Un estudiante de filosofía no estudia a Hegel o Kant de manera memorística, los cuestiona. Si no puede cuestionarlos no sirve para la carrera. De allí puede pasar a leer directamente los textos de grandes científicos, sean premios Nobel de Medicina o de Física, y cuestionar sus afirmaciones y el método que han usado. Todos saben que la ciencia no es una cosa independiente, sino que responde a intereses económicos, políticos y está condicionada por la época y la tecnología.

Un buen universitario sería el último en ser engañado por las sandeces de las farmacéuticas, la FDA, la EMA o la OMS. No obstante, ahora muestran una pasividad impactante. No cuestionan nada, ni siquiera a sus profesores adoctrinadores, como ciertos virólogos y epidemiólogos de la UCR que todos conocemos. Lo peor es su creencia en la autoridad, en la falsa autoridad. Por ejemplo, si leen mis escritos el primer cuestionamiento que me hacen es si soy médico, epidemiólogo o biólogo molecular.

No son capaces de ir a las fuentes, recurren a un ad hominem: si no es médico carece de autoridad. Segundo, ven a un médico intensivista o pediatra, por ejemplo, y lo toman como autoridad, a pesar de que tal vez el profesional sepa mucho de su especialidad, pero es completamente nulo en cuanto a sustancias experimentales y ensayos clínicos, como lo hemos visto, o está pagado para que defienda lo indefendible. Tercero, si se trata de un gran profesional, como un cardiólogo texano, Robert Malone o Luc Montagnier, inmediatamente acuden al ad hominem: que el hombre tiene intereses ocultos o resentimientos que lo hacen oponerse a las farmacéuticas. Un universitario está entrenado para acudir a las fuentes, que vayan a los ensayos clínicos y a la autorización de emergencia.

Notarán los tremendos baches. Que vayan a los números del propio Ministerio de Salud, por edades, se darán cuenta de que son casi iguales sino peores, antes y después de los pinchazos. Solo así se librarán de ideas tan absurdas y ridículas, propagadas por médicos nacionales, como la de que un no inoculado pone en riesgo la vida de los pinchados, como si los no vacunados contra la viruela o la rabia, en tiempos de Jenner y Pasteur, pusieran en peligro la vida de los vacunados.

Luis Solórzano

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