Cada vez que releo a John Locke me convenzo de que Voltaire acertó al decir:
“Probablemente nunca hubo nadie más sabio que Monsieur Locke”
Él fundamentó racionalmente los derechos humanos, base de todas las declaraciones de derechos y constituciones de Occidente. También enunció la división de poderes antes que Montesquieu.
Según él, el derecho a la propiedad nace del trabajo. Todos los frutos de la tierra fueron dados en común a la humanidad, pero si agrego algo mío a un terreno, como mi trabajo, tengo derecho a apropiármelo. El estado no tiene por qué darme la propiedad y decirme dónde debo vivir, eso es una arbitrariedad que me convierte en deudor de un rey o un gobierno.
El estado, diría hoy, podría complementar ese derecho al darme un préstamo para comprar insumos, terrenos, etc. Pero es importante que el esfuerzo sea mío, que no sea deudor y que el Estado no diga qué tipo de propiedad necesito ni en qué lugar debo tenerla. Como me he ganado la propiedad el Estado no tiene ningún derecho a quitármela, salvo una expropiación por el bien público y con indemnización previa.
El derecho a la salud es parecido. La salud es algo que yo tengo, es mi derecho mantenerla. El Estado no tiene derecho de quitármela mediante experimentos que me dañen, medicamentos, etc. Ahora bien, al igual que con la propiedad, el Estado puede ayudarme y de hecho está obligado a hacerlo, al proveer los fármacos necesarios para la población, por algo existe la CCSS.
Pero jamás puede obligarme a tomarlos, eso ya no sería derecho a la salud, sino un abuso. Un grupo de médicos, sin recetas ni responsabilizarse por los efectos, no puede decretar que todo un país tome un medicamento. Aunque el fármaco fuera bueno, el problema es que toda persona se haría deudora hacia el Estado por su salud, lo que es inconveniente. Por eso la obligatoriedad es totalmente contraria a los derechos humanos.
La Sala IV ha puesto la salud pública por encima de la autonomía de la voluntad, lo que es una barbarie pues la salud pública no existe. El público no es saludable, lo es cada persona. Además, no existe ningún medicamento que pueda dar salud pública, pues todos tienen efectos adversos y, además, nunca ha estado enfermo todo el público. De hecho, solo el 7% de la humanidad se ha contagiado.
Otros defienden el derecho a la salud de los que han tomado el medicamento frente a los que no lo han hecho. Una médica ha planteado un recurso contra el retorno de empleados no inoculados a la Caja. La idea es que un no v. viola el derecho a la salud de los demás. Eso es una soberana tontería desde un punto de vista científico y de derechos humanos. La salud es de cada cual. Si una persona se siente saludable sin medicamentos, mejor, es su derecho.
Si otra solo se siente bien con cuatro dosis, correcto. El Estado ha cumplido con el derecho a la salud de todos al proveer los fármacos. Si los que se han puesto cuatro dosis no se sienten tranquilos con eso, si ni siquiera han podido vencer el miedo al virus y temen que un no v. les quite su salud, es que sienten que el fármaco no sirve. Les aconsejo más confianza en el medicamento que tanto aman y que tanto desean para los demás.
Ojo a algo importantísimo. Si el Estado me quita una propiedad por el bien público, está obligado a indemnizarme. Aquí me puede quitar la salud con un fármaco y hacerse el tonto, afirmar que no fue la cosa que trajo y no indemnizarme siquiera.
Luis Solórzano Sojo
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