En lógica hay que distinguir entre universales y colectivos. Los primeros se aplican a todos y cada uno de los miembros de una clase o especie. Por ejemplo, humano es universal. Si decimos todo humano es mortal es porque todos y cada uno de los humanos somos mortales. En cambio, rebaño, cardumen, bandada, comunidad, bosque… son colectivos. Si decimos que el rebaño o el bosque son grandes no queremos decir que cada uno de sus integrantes lo sea.
Los defensores de la vacuna insisten en usar mal los términos colectivos y universales para engañarnos. Les encanta hablar de la “comunidad científica” como si existiera y como si todos y cada uno de sus integrantes estuviera de acuerdo en algo o creara algo. El País escribió estúpidamente tras la muerte de Luc Montagnier: “La comunidad científica había repudiado al investigador francés, que rechazaba las vacunas, creía en la memoria del agua y recomendaba comer papaya contra el párkinson”. Seguro físicos, astrofísicos, geólogos y todos los demás miembros de esa supuesta comunidad repudiaron al Premio Nobel francés.
La Nación repitió que Montagnier se había convertido en “paria de la comunidad científica”. En un noticiero costarricense, alguien dijo que toda la comunidad científica del país (¿Cuál?, seguro los que nos hartan al decir siempre lo mismo en TV) debería oponerse a Chaves por quitar la obligatoriedad. El colmo del engaño lo leo en una publicación española: “La comunidad científica ha identificado la proteína que permite que el coronavirus SARS-CoV-2 infecte y se multiplique en las personas“. Todo esto para no decir que se trata de una secuenciación hecha en China y hacer creer que todos y cada uno de los científicos del mundo están de acuerdo con eso.
En ciencia, todos desconfiamos de proposiciones universales como “todo planeta gira en torno a una estrella”. Esa proposición resultó falsa, hay planetas expulsados de sistemas solares y hasta de galaxias. Otros se hallan en órbitas imposibles. Una proposición universal es válida pero falsable. Si se encuentran casos que la desmientan se convierte en falsa. No obstante, los defensores de la obligatoriedad las usan a diestro y siniestro. “Las vacunas autorizadas contienen instrucciones para que nuestras propias células fabriquen la Proteína Espiga, igual a la del coronavirus.
Al hacerlo, nuestro sistema inmune reconoce que esta proteína es una amenaza que no debería estar en nuestro cuerpo y aprende a defenderse contra ella…El sistema inmune la reconoce como un agente extraño y produce una respuesta específica contra la proteína S”, dice la publicación española mencionada arriba. Casi con las mismas palabras, la viróloga costarricense Eugenia Corrales dice: “Una vez que esa información genética está en la célula, mi maquinaria enzimática lee ese mensaje y produce la proteína de la espícula del virus. Esta proteína es presentada al sistema inmune, el cual la reconoce y dice ‘esta no es una proteína mía, no es humana, es viral’ y produce una respuesta inmune caracterizada por los anticuerpos que van a estar dirigidos contra la espícula, y me va a evitar una infección“.
En ambos casos, están diciendo que todos y cada uno de los sistemas inmunes humanos del planeta reaccionan de la misma manera: reconocen al enemigo, lo destruyen y fabrican anticuerpos contra él, los cuales serán efectivos cuando entre el virus verdadero. Se han puesto 13000 millones de dosis en el mundo. Nadie puede haberlas estudiado todas para saber si ese proceso se repite en todos los casos. Por inducción no podemos saber si lo que dicen estas “científicas” es cierto. Por lógica comprendemos que no lo es. Si todo sistema inmune reconoce tan fácilmente una proteína como extraña y enemiga, por la misma razón reconocería al virus y se defendería contra él sin necesidad de inoculaciones.
Luis Solórzano
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