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Locke y Rousseau entre nosotros

Tanto el inglés John Locke (1632-1704) como el ginebrino Juan Jacobo Rousseau (1712-1778) escribieron sobre el contrato social e influyeron en las revoluciones francesa y estadounidense. El pensamiento de Locke está presente en la Declaración de Independencia de Estados Unidos y el de Rousseau en la Declaración de los derechos del hombre y el ciudadano de Francia, cuyo artículo 6 se inicia con esta frase: “La ley es la expresión de la voluntad general”. Esta voluntad, descubierta o inventada por Rousseau, es lo opuesto a la voluntad del rey, pero no coincide con la voluntad de la mayoría.

En el contrato social del ginebrino: “Todo individuo se enajena, con todos sus derechos a favor de la comunidad; porque, dándose cada uno por entero, la condición es la misma para todos los contratantes, y dándose a la comunidad, la comunidad por acto recíproco del contrato, se da a cada uno de los individuos”. Si alguien se niega a obedecer la voluntad general será obligado por todo el cuerpo “a ser libre”. Supongo que hoy interpretaría que la voluntad general es tener salud y que quien se oponga a ciertas dosis debe ser obligado a ser libre. Detrás de las horas de trabajo comunal obligatorio de los universitarios o del servicio militar está la idea del filósofo de que debemos retribuir a la comunidad por todo lo que hace por nosotros.

Locke era mucho más individualista. El Estado no me da la libertad, la vida o la propiedad. Con vida y libertad puedo ganarme una propiedad, basta que el Estado no me quite lo que ya tengo. Lo mismo pensaría de la salud, el Estado no me la da, basta con que no me la quite con procedimientos que no deseo ni necesito. En el fondo, para el inglés nunca debemos sentirnos deudores del Estado o gobierno, mientras que para el suizo siempre estamos en deuda con la sociedad.

El problema hoy es que quieren que pensemos que debemos la vida al Estado que trae medicamentos que debemos inocularnos para estar “protegidos” continuamente. El que cree que debe la vida al Estado se someterá a él sin criticarlo. El que sabe que debe la vida a su sistema inmune no tiene por qué someterse. En realidad, todos, inoculados o no, debemos la vida a nuestro sistema inmune. Él tiene anticuerpos que marcan al patógeno, linfocitos y macrófagos que lo destruyen. La sustancia no es más que una instrucción para producir una proteína. A partir de ahí todo lo hacemos nosotros. Debemos comprender eso para no pensar que tenemos una deuda continua con el Estado o que dependemos de unas sustancias que nos salvan la vida cada tres meses.

Luis Solórzano

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