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¿Cómo es que el mundo se dejó engañar por farmacéuticas?

Arde Europa. El eurodiputado Christian Tehers exige la dimisión de Úrsula von Der Leyen por el Pfizergate. “La Comisión ha firmado, en noviembre de 2021, 71 billones de euros destinados a las vacunas en nombre de los Estados Miembro, para la compra de 4,6 billones de dosis sin ninguna transparencia, señala el diputado”. Esto nos da un precio de 15,43 euros por dosis. La Unión Europea tiene apenas 448 millones de habitantes, eso significa que se adquirieron 10,26 dosis por persona, una suma absurda si se supone que el esquema completo son tres dosis y los bebés y niños pequeños están excluidos.

Durante una sesión en el Parlamento Europeo, la ejecutiva de Pfizer J. Small confesó a Rob Roos, parlamentario europeo, que la farmacéutica no hizo ensayos para saber si la sustancia frenaba la transmisión del patógeno. En descargo, dijo que es preciso reconocer los esfuerzos de su empleadora, que invirtió 2 millones de dólares para hacer el fármaco. Podemos ver las inconcebibles ganancias de la empresa con una inversión tan baja. Era mucho más barato y rápido fabricar en serie sustancias con ARNm sintético que con virus atenuado. Corrieron a la velocidad de la ciencia, dijo. En realidad, a la velocidad del mercado, porque otras casas comerciales buscaban repartirse el enorme pastel.

Mediante unos ensayos clínicos dudosísimos, lograron que el mundo creyera que su fármaco reducía los contagios en un 95%. Fauci llegó a decir que un inoculado era un “callejón sin salida” para el virus, es decir, ni avanzaba ni hallaba salida para transmitirse a otro. ¿Cómo es posible que millones de médicos, virólogos, epidemiólogos y otros profesionales de salud en todo el planeta aceptaran una mentira tan burda sin cuestionarla? No se sabe la forma en que se transmite el virus. Normalmente se dice que son las gotículas emanadas por una persona portadora las que penetran por nuestros ojos, nariz o boca, se adhieren a nuestras mucosas y se reproducen en células que tienen la enzima ECA2.

Si eso fuera cierto, bastaría el distanciamiento y, hasta cierto punto, las mascarillas para evitar el contagio. Pero millones nos hemos contagiado sin saber dónde topamos con el virus. Para crear una sustancia que impida contagios teníamos que conocer muy bien el mecanismo de estos. Ante el hecho de que las personas se contagiaban sin que nadie estornudara o tosiera cerca de ellas, se recurrió a la idea de que había asintomáticos portadores que transmitían el patógeno con solo hablar, o que el germen estaba en el suelo, la ropa, los objetos que comprábamos… aunque era difícil saber cómo sobrevivía a las temperaturas y ambientes variables.

Cualquiera pudo preguntar a Fauci que si un vacunado era un callejón sin salida para el virus por qué el asintomático, que tendría también síntomas muy leves, era una calle de doble sentido en que el patógeno entraba y salía para transmitirse a otros o cómo hace la vacuna para impedir que un virus que está en el aire o los objetos penetre por nuestra nariz, boca u ojos. Era demasiado evidente que la idea de que esta sustancia evita el contagio era absurda, pero el mundo no quiso ver ese absurdo y esa ceguera provocó despidos, discriminación y el retorno a un fascismo descarado.

Luis Solórzano

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