La CNVE presentó a la Presidencia de la República un documento para justificar la obligatoriedad de la vacuna. Este parte de una premisa falsa: el desprecio absoluto por la inmunidad natural y la idea de que solo las vacunas confieren protección, por tanto, hay miles de personas desprotegidas porque no han recibido la tercera dosis y miles de niños también carentes del esquema completo.
Conclusión, hay que obligarlos a vacunarse porque es la única manera de protegerlos. Veamos la premisa: “Debe recordarse que la enfermedad natural genera inmunidad de muy corta duración y las reinfecciones se han descrito en etapas tan tempranas como 26 días después de un primer episodio de COVID-19.
La inmunidad inducida por vacunas ofrece mayor predictabilidad (sic, es predictibilidad) y seguridad en la duración de la protección… En el grupo de personas mayores de 12 años, existe un 48% de las 4,274,344 personas tributarias a vacunación que carecen aún de un esquema completo de acuerdo con la definición actual que incluye la aplicación de una tercera dosis.
Es decir, existen en nuestro país 2.051.685 personas con protección vacunal subóptima. Estas personas tienen mayor riesgo de contagiarse, transmitir la enfermedad, requerir servicios hospitalarios y cuidado crítico, presentar secuelas a largo plazo que aquellas que poseen un esquema completo de tres dosis”.
Un error pequeño al principio conduce a errores enormes al final, decía Santo Tomás de Aquino, por eso hay que sentar las bases de una discusión correctamente y luego llevarla a cabo. El error está en este texto, mal redactado y mal pensado: “la enfermedad natural genera inmunidad de muy corta duración y las reinfecciones se han descrito en etapas tan tempranas como 26 días…
La inmunidad inducida por vacunas ofrece mayor predictabilidad (sic, es predictibilidad) y seguridad en la duración de la protección”. Primero, no es necesario hablar de enfermedad natural, el COVID-19 es natural (supongo que no están pensando que lo crearon en laboratorios), “genera inmunidad de muy corta duración”.
¿Habrá que explicar que ninguna enfermedad genera inmunidad sino que la persona debe ser inmune a ella antes de padecerla para poder resistirla? Entendamos por inmunidad no el hecho de no contagiarse, sino de resistir tan bien el contagio, estar tan protegido contra él, que la dolencia sea leve, no llegue a dañar órganos internos como pulmón, riñones o corazón, ni deje secuelas graves.
Antes de las vacunas, todas las investigaciones estaban enfocadas en explicar por qué una gran cantidad de personas resistía tan fácilmente el COVID-19 o eran prácticamente asintomáticas. Menudearon las teorías: que los de sangre tipo A sufrían más y por eso los europeos morían más; que la herencia neandertal era un un factor, que carencias de vitamina D…
Todos esos estudios se tiraron a la basura para favorecer la vacunación. Si encontrábamos las diferencias, la conclusión es que algunos requerían vacuna y muchos no. Eso no convenía a las ventas de las farmacéuticas, por tanto, todos los carentes de tres dosis “tienen mayor riesgo de contagiarse, transmitir la enfermedad, requerir servicios hospitalarios y cuidado crítico, presentar secuelas a largo plazo que aquellas que poseen un esquema completo de tres dosis”, sin importar edad, sexo, genética… una generalización anti-científica por parte de estos médicos.
Hay miles de millones en el mundo que tienen inmunidad anterior a la enfermedad, no debida a los anticuerpos de una vacuna o del mismo COVID-19. Las cifras son contundentes. El 29 de noviembre de 2020, cuando apenas estaban las vacunas en ensayos clínicos, había 63087000 contagios, pero de ellos ya se habían recuperado, sin anticuerpos IgG de vacuna o previos a la enfermedad, 43292000 personas, el 68,6% de todos los infectados, y la tasa de letalidad mundial era apenas de 2,27.
En suma, la inmunidad natural es algo que depende de la genética, la edad, el sexo, las características del sistema inmune, como IgA, linfocitos, etc. No dura 26 días como falsamente dice este texto, sino que, por ser parte de la persona, dura toda la vida. Lo de que “la inmunidad inducida por vacunas ofrece mayor predictabilidad (sic, es predictibilidad) y seguridad en la duración de la protección” es un chiste.
Me encantaría que quien lo escribió hablara con Fauci o la FDA, que no recomiendan hacerse exámenes de anticuerpos después de las vacunas porque con frecuencia no salen, ya que los médicos no saben buscarlos. O que hiciera un conteo de anticuerpos de un vacunado, si los encuentra, y pudiera predecir lo que los laboratoristas no se atreven a hacer: cuánta protección y por cuánto tiempo dan.
Luis Solórzano Sojo
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