En sus experimentos, Louis Pasteur siguió los pasos recomendados por el filósofo inglés Francis Bacon siglos antes: crear dos grupos y hallar lo que siempre está presente en uno y nunca en el otro, así sabremos la causa de algo. El químico francés hizo dos grupos de ovejas en condiciones similares, las expuso igualmente a un patógeno, vacunó a unas y a las otras no.
Como solo las vacunadas sobrevivieron, la eficacia de la sustancia quedó demostrada. Pero faltaba otro paso del método científico enunciado por Aristóteles. Ciencia es conocimiento por sus causas. Era preciso saber por qué un germen atenuado defendía de una enfermedad mientras que sin atenuar era mortal. Ese paso lo dio el ruso Ilya Mechnikov, Premio Nobel de Medicina en 1908, quien enunció la teoría fagocitósica de la inmunidad, que explica la capacidad del organismo para vencer las enfermedades infecciosas. En un vacunado, los fagocitos reconocen al enemigo y lo atacan, mientras que son más pasivos en el caso de un no vacunado.
No he encontrado un trabajo científico semejante en los ensayos clínicos de las farmacéuticas actuales. Ni el grupo placebo ni el inoculado fueron expuestos uniformemente al patógeno, bajo condiciones controladas y durante el mismo tiempo. Si en el segundo grupo hubiese una cantidad mucho menor de contagios, restaba explicar al mundo por qué la nueva sustancia los evita, cosa que no se ha hecho, simplemente se repite como dogma que impide contagios, muertes y hospitalizaciones. Pero periodistas y médicos apoyan estos ensayos porque creen en la ciencia.
Luis Solórzano Sojo
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