El gobierno de Costa Rica, en nota del Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto, respondió a la CIDH que en Costa Rica se ha brindado consentimiento informado a todos los que se han inoculado. Esta información es, según la misma nota: “oportuna, completa, clara, sin tecnicismos, fidedigna… y que tome en cuenta las particularidades y necesidades específicas de la persona”.
A nadie se le informó de los más de 1200 efectos adversos reconocidos por Pfizer. A ningún joven se le dijo que la farmacéutica advierte que la miocarditis y la pericarditis son más frecuentes en adolescentes y adultos jóvenes, o que la mayor parte de las trombosis se han presentado en mujeres jóvenes. A nadie se le informó que los menores constituyen el grupo etario con menos contagios y menos peligros, con una tasa de letalidad de apenas 0,02, por lo que el riesgo de la inoculación supera ampliamente el supuesto y casi inexistente beneficio. Así que la información nunca se adaptó a las particularidades de la persona.
Se mintió afirmando que la sustancia inmuniza, protege o corta la transmisión. Pfizer dice que “previene” el COVID-19. Nunca dice que evita contagios, muertes u hospitalizaciones como lo afirmó el gobierno Alvarado y lo repitieron infinidad de virólogos y médicos ineptos o mentirosos.
Nunca se dijo lo que realmente es una vacuna, sea esta de virus atenuado o partes de este. Virus proviene de la palabra latina veneno, farmakon en griego es veneno también. Una vacuna no es más que un tóxico atenuado cuyo objetivo es que el cuerpo produzca anticuerpos que le servirán para reconocer y combatir al verdadero virus. No todos los organismos responden con anticuerpos, no todos los anticuerpos neutralizan al virus y nadie sabe cuántos se necesitan para vencer a un patógeno. Además, no es la vacuna la que mata al enemigo, sino los linfocitos, macrófagos, etc. Si no los tenemos en cantidad suficiente carecemos de defensas efectivas a pesar de estar pinchados. Aquí se quiso presentar la vacuna como una magia que inmunizaba a todos o al menos al 95%. El hecho de que más de un tercio de los costarricenses nos hayamos contagiado prueba que esto es falso. Se mintió al decir que la inmunidad natural no servía o apenas duraba tres meses.
Ojalá que todo esto salga a la luz y que la CIDH declare contraria a los derechos humanos la obligatoriedad, los despidos y separaciones derivados de esta, la segregación que se quiso imponer, etc. Todas estas cosas basadas en una anticientífica concepción de las vacunas como fármacos que impiden la transmisión de un virus que, supuestamente, también está en el aire y los objetos. Obviamente, si está en el aire y los objetos, el patógeno seguirá transmitiéndose y ninguna vacuna cortará esa transmisión. Además, no está hecha para eso. Si tiene éxito, hará que el cuerpo produzca unos anticuerpos que entrarán en acción cuando el virus esté dentro del organismo. No pueden impedir su entrada, por tanto, no evitan el contagio. Y si no evitan el contagio, no hay razón para hacerlas obligatorias.
Luis Solórzano
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