Una de las ventajas del filósofo es que ve la ciencia desde fuera, su panorama completo en la historia. Por eso no nos impresiona nadie cuando dice que hay “evidencia científica” o “estudios científicos” de esto o aquello. Sabemos que cada científico se ciñe a su campo limitado: el químico solo es químico, el microbiólogo solo microbiólogo… pero suelen invadir campos que no les corresponden. También sabemos que todo investigador, cuando encuentra algo sin explicación, se la inventa. Se dice que la naturaleza teme al vacío. Más bien son las mentes científicas las que no lo soportan e inventan cosas para llenarlo.
En el siglo XVIII inventaron el flogisto para explicar la combustión; en el XIX crearon el éter para explicar cómo viajaba la luz en el vacío. Hoy la física está llena de más entes imaginarios que los libros de Borges: la materia oscura, la energía del vacío, los gluones para explicar la fuerza nuclear fuerte, los taquiones, entes más veloces que la luz, que existen, pero no pueden ser percibidos. Sabemos que pueden existir, pero si alguien nos dice que hay evidencia científica de ellos nos reiremos en su cara.
Una persona tenía COVID en una ciudadela, a dos km de distancia otra lo desarrollaba. No había relación entre ellas, por tanto, un asintomático, un personaje que porta el virus y se multiplica en él sin que lo sienta, debió contagiarlos. Nadie atrapó a un asintomático, ni comprobó su carga viral ni explicó cómo el virus se podía multiplicar en él sin que el cuerpo reaccionara con inflamación, temperatura, estornudos, tos… Pero servían para llenar un vacío de conocimiento sobre la forma en que se transmitía el patógeno. También los asintomáticos sirvieron para crear pánico y que todo mundo se encerrara en su burbuja, para que la economía se hundiera y los negocios quebraran.
Ahora desaparecieron. Resulta que quien tiene tres dosis y no se ha puesto la cuarta corre un peligro mortal, porque a nadie le puede dar la enfermedad de modo tan leve que sea asintomático. Hay otra dificultad: imaginemos millones de asintomáticos durante el 2020 y parte del 2021. El número de casos subiría estratosféricamente, pero la tasa de hospitalización y la de letalidad bajarían en la misma proporción. El patógeno mermaría en peligrosidad y ya no se podría asustar a nadie con él. Los filósofos también vemos cómo la economía y la política manipulan la ciencia.
Luis Solórzano
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