En los siglos XVII y XVIII se hicieron grandes declaraciones de derechos humanos en Inglaterra, Estados Unidos y Francia. Se trataba de derechos individuales que protegían a la persona de los abusos de un gobierno, un monarca o una mayoría. Se habló del derecho a la vida, la libertad, la propiedad… como inherentes a todo humano por el solo hecho de serlo.
Todos estos derechos estaban de acuerdo con el imperativo categórico kantiano: Actúa de tal manera que la máxima de tu voluntad pueda convertirse en ley universal para todos los hombres. Según Kant, para saber si algo es moral o inmoral basta preguntarse qué pasaría si fuera una ley universal. Por ejemplo, qué pasaría si robar, mentir o matar fueran leyes universales. Simplemente la humanidad se destruiría. En cambio, qué pasaría si todos fuéramos honrados, tuviéramos libertad de expresión, de pensamiento, de tránsito… más bien la humanidad se beneficiaría.
De este modo Kant trató de fundar una ética autónoma y racional, no basada en premios o castigos ni en mandatos divinos. Dentro de la filosofía de siglos anteriores los derechos humanos podían ser universales, practicados por todo el mundo, y no implicaban gastos enormes para los gobiernos.
Comentaba con mis estudiantes una vez que algunos derechos que se reclaman actualmente no pueden ser universales y sí implican gastos para los estados. Tomemos la FIV. La CIDH ordenó a Costa Rica que la CCSS dispusiera fecundaciones in vitro. Eso no solo significa un gasto para el Estado, sino que imaginemos que todas las parejas del mundo, a un tiempo, decidieran reproducirse de esa manera. Podríamos incrementar la población mundial a niveles estratosféricos.
Vayamos al otro extremo, el aborto. Supongamos que ninguna mujer del planeta quisiera reproducirse y utilizara todos los medios posibles para impedirlo, pues cree, como escribió una pseudo filósofa, que la mujer es un fin en sí misma y no puede estar condenada a vivir para “otro” (el bebé). La humanidad se acabaría en una generación e incluso las mismas proponentes de esas medidas, al llegar a la vejez, no hallarían personas jóvenes que las atendieran o cotizaran para que ellas disfrutaran de una pensión.
Igualmente, si existe el derecho a eliminar cualquier embrión, también habría derecho de modificarlo. Muchas parejas podrían exigir el derecho de tener “niños a la carta”, más fuertes, bellos, sanos e inteligentes que la mayoría. Supongamos que ese derecho fuera universal y se obligara a los estados a ponerlo al alcance de todos. La especie humana supuestamente mejoraría, pero… En un capítulo de Star Trek se habló de que a finales del siglo XX se había manipulado a la gente para obtener superhombres y supermujeres.
Pero no se tomó en cuenta que esos nuevos seres tendrían ambiciones mucho mayores que las normales. Ninguno se iba a conformar con una pequeña finca y una vida sedentaria. Fueron creados cientos de Alejandros Magnos que quisieron conquistar el mundo y el resultado fue una lucha de todos contra todos. Indudablemente, una mejora generalizada de la genética podría conllevar un mundo en que todos quieren ser reyes o reinas y nadie acepte el papel de peón.
Finalmente, es perfectamente posible extender la vida de las personas hasta 150 años o más. Ya se ha hecho con ratones. Esto se ha logrado al evitar el desgaste de los telómeros, situados en los extremos de los cromosomas. Obviamente, si eso se implementa y algunos millonarios tienen acceso a esa tecnología, todos reclamarán que vivir 150 años es parte del derecho a la vida. ¿Cuál sería la edad de retiro para personas de 150 años? Trabajar hasta los 120 sería agotador y cerraría puertas a los jóvenes, pero retirarse a los 70 y ser mantenido por pensiones 80 años es inaceptable e imposible.
Todo ha cambiado en derechos humanos porque se ha agregado una exigencia de acceso igualitario a la tecnología. ¿Qué será lo conveniente? Restringir todos los derechos enumerados a una minoría sería elitista y discriminatorio, no podrían ser derechos humanos. Pero extenderlos a toda la población mundial no solo quebraría los estados, sino que sería el final de la humanidad.
Luis Solórzano
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