Muchos han calificado a la Edad Media como edad oscura o de las tinieblas. Estos tres años de pandemia serán recordados como el periodo de la historia en que el entendimiento humano cayó a los niveles más bajos. Del 2020 al 2023, autoridades mundiales y nacionales de salud, políticos, periodistas, colegios de médicos se han aterrorizado ante un virus cuya tasa de contagio es bajísima. En Costa Rica, antes de las inoculaciones, hubo semanas en que la tasa R fue de 0,64. Al cabo de tres años y cuatro meses no se ha contagiado siquiera el 9% de la población mundial.
En circunstancias normales, para que se contagie el restante 91% tendrían que pasar poco más de 30 años. En Costa Rica, al ritmo de contagio que han experimentado los menores de edad, toda la población nacional de menos de 18 años en la actualidad tardaría 35 años en contagiarse. Para detener ese avance nacional y mundial, se utiliza y hasta se hace obligatoria una sustancia cuya supuesta protección dura tres meses. Si inmunizara o al menos su protección durara diez años, como la de la viruela, tendría sentido, pero con una protección tan corta y pobre no lo tiene.
La tasa de letalidad general es, antes y después de la sustancia, en promedio de 1, en adultos mayores ha fluctuado entre 10 y 12, mientras que en los menores es de 0,02 a 0,03. La sustancia no ha servido para bajar los contagios y muertes en adultos mayores, tanto los unos como las otras más bien subieron. En Costa Rica habían muerto 2000 adultos mayores al 18 de marzo del 2021: al 30 de mayo del año siguiente, habían fallecido 5005, con cobertura de vacunación del 96% en ese grupo etario. Una sustancia fracasada en aquellos que más lo necesitaban debe aplicarse obligatoriamente, según la CNVE, en los que no la necesitan, los menores.
Personas protegidas en un 99,85% de la hospitalización y 99,97% de la muerte deben inocularse con algo que los protege en un 85%, según el Dr. Rodrigo Marín. Para salvar supuestamente a uno de cada 3000 hay que arriesgar a los 2999 restantes a experimentar efectos adversos peores que la enfermedad. Los fabricantes reconocen como efectos adversos como linfadenopatías en uno de cada 100, parálisis facial en uno de cada 1000 y pericarditis y miocarditis en uno de cada 10000 inoculados.
Aceptan, pero dicen que son de frecuencia desconocida, anafilaxias, trombocitopenias, síndromes de fuga capilar, Guillain-Barré, etc. Si vacuno en un año a 8000 millones de personas, toda la población mundial, me enfrentaré con 8 millones de problemas cardiacos serios y 80 millones de parálisis faciales, sin contar una enorme cantidad de trombocitopenias y problemas en el sistema nervioso y el inmune. Los daños superan ampliamente los 6,8 millones de muertos que el planeta ha experimentado en tres años, mucho no por el COVID, sino solo con COVID. ¿Cómo saldremos de estas tinieblas y qué haremos con los que nos metieron en ellas?
Luis Solórzano
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