He hablado de la bancarrota de la ciencia. Esta se inició en el 2021, con la obligatoriedad, el pasaporte verde, el código QR, medidas politiqueras que nada tuvieron que ver con la ciencia verdadera. En 2020 los científicos de verdad se interesaban por conocer el porqué el coronavirus afectaba tan fuertemente a alrededor de un 4% de la humanidad, mientras que había una inmensa mayoría de personas que lo pasaban de manera casi asintomática. Se ensayaron varias teorías: carencias de vitamina D, tipos de sangre diferentes, herencia neandertal en los europeos, los más afectados, etc. Se sabía que los adultos mayores eran mucho más afectados que los menores y que los hombres lo eran más que las mujeres.
Como buenos médicos, los científicos buscaban las diferencias entre las personas para saber la causa del problema. Llegaron las inoculaciones y algunas marcas resultaron más peligrosas que otras. Jannsen y AstraZeneca causaban más trombos que Pfizer o Moderna. Se buscaron las causas: tal vez era porque su vector era un adenovirus o uno de sus preservantes causaba reacciones alérgicas. Incluso se habló de que su refinado no era tan perfecto como el de Sputnik, que causaba menos trombosis.
Pero los afanes comerciales y una estupidez generalizada hicieron que se borraran todas las diferencias que los científicos buscaban. Desaparecieron las diferencias entre las personas. Todas, sin importar edad, etnia, sexo o condiciones médicas requerían tres dosis. Y se borraron las diferencias entre las marcas. No importa que esta tenga tales aditivos, tal cantidad de agente activo. o que AstraZeneca diga que su máxima eficacia se da con media dosis al principio y dosis completa tres meses después. Si su objetivo es crear anticuerpos todo sirve, como dijo una viróloga costarricense. Fue como si una gran tela de estulticia cubriera la ciencia. Y hubo quien dijo que la obligatoriedad se basaba en criterios científicos.
Luis Solórzano
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