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Historia de las vacunas

Hacia 1770, el médico inglés Edward Jenner escuchó a una ordeñadora de vacas una frase que cambió la historia: “Yo nunca tendré la viruela porque he tenido la viruela bovina” (De allí el término vacuna). En 1721, la esposa del embajador inglés en Turquía, Lady Montagu, había introducido un método que consistía en inocular a una persona sana con material infectado, pero atenuado tras días de exposición al sol u otros elementos.

En mayo de 1796, Jenner inoculó a un niño de ocho años un poco de materia infectada que obtuvo de una persona que padecía la viruela bovina. El pequeño desarrolló una fiebre leve que desapareció a los pocos días. Cuando se contagió de viruela humana, el pequeño no contrajo la enfermedad grave ni murió. Jenner nada sabía de anticuerpos ni virus. Su objetivo era producir una forma leve de una enfermedad, que preparaba para afrontar la forma grave.

Con el mismo objetivo nacieron las vacunas de Pasteur y Koch en el siglo XIX, época en que nadie sabía por qué servían las vacunas, pero servían. Habría que esperar al ruso Iliá Méchnikov, premio Nobel de Medicina de 1908 para que explicara cómo actúan el sistema inmune y las vacunas mediante su “teoría fagocitósica de la inmunidad”, que explicaría la capacidad del cuerpo humano para resistir y vencer las enfermedades infecciosas.

Desde entonces, toda vacuna ha provocado una forma más leve de la enfermedad, puesto que han sido, como señala el reglamento a la ley 8111: “Suspensión de microorganismos vivos atenuados o inactivados, o sus fracciones que son administrados por diferentes vías al individuo, con el objeto de inducir inmunidad activa protectora contra la enfermedad infecciosa correspondiente”.

Cualquiera puede comparar esa definición con las pseudo vacunas anti-COVID. Son las primeras en la historia que han causado más daños que la enfermedad y que incluyen síntomas, como el síndrome de fuga capilar que no son provocados por el COVID. Muchas personas que resistirían fácilmente el COVID, como mujeres jóvenes, han enfrentado trombocitopenia, accidentes cerebro-vasculares, etc.

El procedimiento de ARNm deja por la libre la producción de la proteína espiga, esta viaja por el cuerpo y causa daños inusuales, imposibles para una vacuna de virus atenuado, pues el patógeno se queda en un lugar y no se reproduce. Como hacen que el sistema inmune ataque las células productoras de la proteína espiga, este sistema puede confundirse y atacar células sanas, con lo que elimina plaquetas y puede causar trombocitopenia.

Luis Solórzano

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