Sería interesante saber qué piensa la gente cuando los diarios dicen que la vacuna Pfizer protege en un 95%. ¿Que evita contagios en esa proporción? Si pensamos así estamos totalmente equivocados porque es imposible que una sustancia impida la entrada de un virus que penetra por nuestros ojos, nariz o garganta. Los anticuerpos que están en la sangre reaccionarán dos o tres días después de la entrada del patógeno, así que no anteceden al contagio y lo evitan, cuando mucho responden a él.
Estadísticamente, el impresionante aumento de casos a escala mundial y nacional es prueba de que los contagios no disminuyen en un 95%. Ese número nació de una forma más que discutible de medir la efectividad de la sustancia. Con números absolutos, la diferencia entre los casos en el grupo placebo y el de vacunados fue apenas del 0,71%.
¿Pensará la gente que gracias a la vacuna tiene un 95% de probabilidades de no ser hospitalizada o morir? Pero si ya tenía un 99% antes de la sustancia como muestran los números del Ministerio de Salud en diciembre de 2020. Los ensayos clínicos nunca probaron que se redujeran las muertes, pues no hubo decesos –o al menos no se anunciaron en aquel momento-, en el grupo de inoculados o el testigo que recibió placebo.
No se escogieron personas de riesgo, recuperados o embarazadas en estos ensayos, así que no sabemos las reacciones que habrían tenido esos grupos a los cuales se les aplicó dosis obligatoriamente. Cualquiera puede manipular un ensayo clínico de estos e inflar las cifras. Imaginemos que quiero que mi sustancia muestre una efectividad del 90% al menos y estoy en Costa Rica en 2020. Vacuno a 1000 personas que trabajen a distancia o vivan en Dota, donde no había casos y pongo placebo a otras 1000 que vivan en Alajuela y San José, los cantones con más casos, y ojalá tengan que tomar buses todos los días. Al final, el grupo A si acaso tiene diez casos y el B unos 90. Eficacia del 90% lograda no porque la inoculación haya evitado los casos, sino porque se puso en gente menos expuesta al virus.
Teóricamente, la sustancia nació para evitar la tormenta de citoquinas. Para hacer que el cuerpo conociera una proteína del virus y reaccionara con anticuerpos ante el bicho completo. De esa forma, tendría una respuesta precisa y no excesiva del sistema inmune (tormenta de citoquinas) y no habría bacterias oportunistas que se aprovecharan del agotamiento de ese sistema ni de los daños que la respuesta excesiva causara en el organismo. Sería bueno que la prensa informara correctamente de lo que puede o no hacer este fármaco. Desgraciadamente se ha dedicado a convertirlo en un fetiche, en algo que divide al mundo en contagiados y no contagiados, vivos y muertos, buenos y malos, acogidos por la sociedad o apartados de ella.
Luis Solórzano Sojo
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