Releo la publicidad del Ministerio de Salud a las vacunas bivalentes: nos protegen contra la variante original y ómicron. Nada de explicar que la variante original no existe desde el 2020 y que la nueva sustancia solo contiene 15 microgramos de agente activo (instrucciones) para producir la espiga de ómicron, es decir, casi los 10 microgramos de la vacuna infantil que, aplicados a un adulto, son irrisorios. Si cuatro dosis con 30 microgramos de ARNm no han sido suficientes siquiera para acabar con el miedo de las personas al virus y que se sientan seguras sin mascarilla, en reuniones de amigos, no sé por qué este medicamento tan empobrecido podría hacerlo.
Pero hay algo más que explicar. En uno de esos ratos de honradez intelectual que han tenido nuestros virólogos Eugenia Corrales y Carlos Marín Müller nos dicen que la vacuna no es un escudo que impida el contagio, sino solo un apagafuegos que evita la enfermedad grave. Obviamente no tienen pruebas ni estadísticas que muestren cuántas enfermedades graves se han evitado, pero eso es otra historia. Lo importante es que dicen que la sustancia nos da un retrato del patógeno para que las defensas del organismo lo ataquen. No sacan las obvias conclusiones:
1. Que hay que tener muy buenas defensas para destruir al patógeno.
2. Que un retrato de un enemigo se da una vez y basta, no es necesario renovarlo cada tres o seis meses con dosis repetidas.
La pregunta al Ministerio de Salud es: ¿En qué consiste la protección de la que habla su publicidad? ¿En conocimiento del patógeno? Pero se supone que con dos dosis deberíamos conocerlo de sobra. ¿En anticuerpos? Los anticuerpos no equivalen a protección, una persona con anticuerpos contra el sida no está protegida contra la enfermedad. Son una señal de que hemos estado en contacto con el virus y lo conocemos. No es necesario tenerlos en la sangre todo el tiempo como no tenemos todo el tiempo anticuerpos contra el sarampión o la polio.
¿Por qué son necesarias tantas dosis? La única respuesta es porque los anticuerpos no son efectivos, no reconocen al enemigo. Hechos para reconocer una proteína, no reaccionan bien ante el patógeno entero. Si dan alguna protección es por interferencia viral. El organismo toma la espiga como un virus que lo está atacando y, cuando un virus nos infecta, ocupa el nicho y ningún otro nos entra. Por eso el COVID no nos penetra durante un corto periodo. Pero no es recomendable estar provocando interferencia viral a cada rato, se desemboca en la paradoja Hoskins, un agotamiento del sistema que hace que deje de producir anticuerpos nuevos, lo que lo hace susceptible de sufrir COVID más prolongado y duro o incluso otras infecciones.
Luis Solórzano
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