Kant y los positivistas asignaron a la filosofía una misión: ser policía de la ciencia, vigilar que esta tuviera presente los límites del conocimiento. No corresponde a los filósofos crear grandes sistemas al estilo de Platón y Aristóteles, sino tomar los aportes de los científicos y sopesar sus límites y consecuencias.
Me extraña que otros filósofos no hayan examinado las barbaridades que dicen nuestros “científicos”. Al final de su perorata para atropellar los derechos humanos de los no inoculados, Eugenia Corrales dijo que la eficacia de las vacunas “está demostrada científicamente”. El Dr. Marín aseguró hace poco que es una verdad absoluta que estas salvan vidas.
Estas expresiones dan pie a un análisis: las ciencias formales, como la matemática, demuestran. Una demostración es completa y desafía el tiempo, se aplica a todos los casos posibles. Por ejemplo, el teorema de Pitágoras está demostrado, no es necesario verificar sus postulados una y otra vez en diversos climas o planetas a ver si es cierto en todas las circunstancias.
En las ciencias fácticas o empíricas, como la biología, la medicina, etc. no hay demostraciones de ese tipo. Así que la expresión “demostrado científicamente” está fuera de lugar. Este tipo de ciencia verifica los hechos, pero la verificación siempre es parcial, se refiere a algo que ha sucedido aquí y ahora, bajo ciertas circunstancias. Inoculamos a una persona y creó anticuerpos efectivos contra un patógeno.
No por ello podemos decir que está demostrado científicamente que toda persona, en todo tiempo y lugar, creará anticuerpos efectivos y no tendrá reacciones adversas. Finalmente, en ciencias fácticas no hay verdades absolutas como pretende Marín.
Toda proposición científica es falsable, sujeta a experimentos que la desmientan. Es imposible verificar que estos fármacos han salvado la vida de alguien porque es imposible saber si iba a morir si no estaba pinchado, así que nada más lejos de una verdad absoluta que decir a alguien: la vacunación salvó su vida.
Luis Solórzano
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