Una cosa es la ciencia, que es simplemente un saber acumulado por la humanidad, comprobado mediante el método científico, y otra el uso que le demos. Aristóteles dividió las ciencias en teóricas (de thea, contemplación, cuyos objetos eran contemplados no cambiados), prácticas (de praxis, acción, como la economía) y poéticas (de poieo, hacer, destinadas al hacer como las artes o técnicas). En la época medieval la ciencia era contemplativa. Contribuían a eso la rigidez de la jerarquía social y la concepción cristiana. El mundo estaba bien hecho, a ningún medieval se le habría ocurrido potenciar especies de perros para criar canes más feroces o más consentidos.
Con la llegada de la Edad Moderna, hubo competencias entre estados nacionales, movilidad social por las luchas entre aristócratas y burgueses, etc. Bacon, Descartes y otros exigieron que la filosofía dejara de ser contemplativa y fuera práctica. Un par de siglos después Marx expresó que la filosofía había tratado de entender el mundo, pero era el momento de cambiarlo. Ahora la concepción predominante es la de un mundo mal hecho. Incluso el creador del pragmatismo, William James, concluye su libro principal con la idea de un Dios que ha dejado su creación incompleta para que nosotros la perfeccionemos mediante la acción.
Hoy Aristóteles consideraría que quedan ciencias contemplativas, como la astronomía. Los astros son observados, medidos… pero no podemos cambiarlos. Pero las hay eminentemente prácticas, como la medicina. Nadie se conforma con conocer el cuerpo humano y sus dolencias. Queremos cambiarlo, restaurar la salud o alterarlo para hacerlo vivir más, ser más resistente, etc. Incluso alterarlo en su sexo o su estética. Uno de los clásicos problemas es hasta dónde debemos alterar las especies: se potencian virus, bacterias, toda clase de animales y plantas, incluso se puede hacer con humanos, manipularlos genéticamente para crear supersoldados. Por eso ha nacido la bioética, una disciplina impensable hace un siglo.
En el fondo lo que hay es una concepción enfermiza: el mundo está mal hecho, superpoblado, lleno de gente enferma que vive muchos años y ocasiona gastos innecesarios (lo hemos oído tantas veces de autoridades de organismos mundiales) y nos corresponde arreglar el planeta. No es raro que ese concepto encuentre resistencia en la concepción religiosa, expresada en el Génesis y repetida por San Agustín, de que todo lo creado es bueno, todo tiene orden, proporción y belleza, y no tenemos por qué alterarlo en la medida en que se está haciendo ahora. En el fondo, como dijo Giovanni Papini parafraseando a Pierre-Joseph Proudhon: toda discusión es una discusión teológica.
Luis Solórzano
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