Ciencia sin conciencia es ruina del alma dijo el escritor francés François Rabelais (1494-1553). Durante varios años di clases de filosofía y ciencia en la UCR y en otra universidad. Dividí el programa en tres partes. La primera intentaba precisar qué es la ciencia y separarla de la filosofía y las pseudociencias. La segunda demostraba que no existe ciencia en general, sino ciencias con diferentes grados de precisión. Las hay que llegan a leyes, como la física, y por eso se denominan nomotéticas, y otras que no alcanzan leyes (idiográficas). Un astrofísico puede predecir cuándo pasará un asteroide cerca de la Tierra y qué tan fuerte sería su impacto si nos llegara a golpear. Por el contrario, en medicina no se puede predecir el efecto de una vacuna o cualquier fármaco en cada paciente. Se pueden brindar estadísticas pero no predicciones precisas.
La tercera parte era la más interesante. Los estudiantes daban presentaciones sobre ciencia sin conciencia, o sea, usos de la ciencia que más bien han causado daño a la humanidad, como la fabricación de virus en laboratorios, la obsolescencia programada, etc. Entre las mayores responsables de falta de conciencia siempre aparecían las compañías farmacéuticas y las de transgénicos. En realidad, los científicos clásicos, aquel Newton o aquel Kepler, incluso aquel Einsten que desde su oficina de patentes hacía cálculos geniales, han desaparecido o están en vías de extinción. La mayoría de los científicos trabajan para grandes corporaciones y, al igual que los periodistas con sus medios, deben seguir la línea de trabajo impuesta por sus patronos. Hay muchos ejemplos de la voracidad financiera de las farmacéuticas.
Un premio Nobel dijo una vez que había descubierto una cura para un tipo de enfermedad africana. Era tan buena que bastaba una dosis y la dolencia desaparecía. Ninguna compañía farmacéutica quiso hacer el largo y costoso trabajo de experimentación para lograr la aprobación y venta de un fármaco del que solo se iba a vender una dosis. Las farmacéuticas y Monsanto usaban “la puerta giratoria”. Funcionarios de esas entidades entraban en la FDA o la OMS y luego volvían a las farmacéuticas. Era la forma de garantizarse medidas favorables a sus intereses, como acallar los efectos de la hormona de crecimiento bovino en las vacas y la leche que producía Monsanto.
Recuerdo que en mis clases sobre ciencia sin conciencia ponía varios ejemplos. Iniciaba con la pregunta, ¿Cuántas bombas atómicas se han lanzado en la Tierra? La mayoría de los estudiantes se mantenía en silencio, pero alguno o alguna se atrevía a responder: dos. Con aire triunfante le respondía: No, 2500. La cifra es asombrosa pero real, solo Estados Unidos lanzó unas 1300, la URSS unas 780 y el resto se las reparten China, India, Reino Unido, Francia… Hubo explosiones en desiertos, en el mar -los soviéticos destrozaron un atolón con la bomba más poderosa jamás fabricada, la Zar, miles de veces más fuerte que la de Hiroshima- y unas 18 se lanzaron a la atmósfera.
Allá por 1958 los estadounidenses lanzaron tres misiles nucleares a la atmósfera. Su objetivo era crear una franja de radiación alrededor del planeta que interfiriera con misiles o satélites enemigos. Las explosiones provocaron auroras parecidas a las boreales sobre las islas Azores, cerca de Portugal, e interrumpieron comunicaciones en varias partes del mundo. Con los años se creó la HAARP, una serie de antenas que disparan ondas a la atmósfera. Están situadas en Alaska. Su fin oficial es investigar la ionosfera, pero en el fondo su objetivo era dañar satélites y misiles enemigos. También puede ser usada como arma climática. Los rusos y la Unión Europea tienen dispositivos parecidos. El ruso se llama SURA.
El ejemplo clásico de obsolescencia programada se dio hacia 1923, cuando las tres más importantes fabricantes de bombillas decidieron formar el consorcio Phoebus para hacer que el límite de duración de un bombillo sea 1000 horas. Como es sabido, se pueden fabricar bombillas que duren decenas de años, pero eso no conviene a la industria. Otro ejemplo son las semillas Terminator. Los vendedores de semillas transgénicas, que tenían la patente de estas, enfrentaban un problema: el viento y las aves se llevaban esas semillas a otros plantíos y los agricultores las cultivaban sin saberlo.
Entonces se ideó crear una semilla que se suicidaba, que atacaba a su propio embrión. Si soy agricultor, compro esa semilla y me da una planta resistente a plagas, plaguicidas, con frutos grandes…. Esos frutos tendrán semillas estériles-que han destruido su embrión-, por eso, si quiero una nueva cosecha igual, debo comprar a los fabricantes más semillas o una sustancia que convierta mi semilla estéril en productiva. Ambos son ejemplos de ciencia sin conciencia, de cómo las mejores mentes del mundo no están al servicio de la humanidad sino de los intereses de las empresas que las contratan. Por eso decir que me pongo cualquier medicina porque creo en la ciencia es un error y una demostración de ignorancia y estulticia, ya que se trata de una ciencia que antepone los intereses del fabricante a los del consumidor.
Luis Solórzano Sojo
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