Ayer CRhoy se quejaba de la escueta carta con que la ministra de Salud respondió a la renuncia de Corrales. Seguro esperaban que le suplicara que volviera. Más que lo que dice el pasquín me preocupó lo que afirmaban algunos comentaristas, pocos por dicha, sobre los enormes títulos de la viróloga y que no tenemos capacidad para juzgar esos conocimientos, solo obedecer sus indicaciones.
Realmente, a fuerza de bombardearnos con “expertos” la prensa ha logrado que algunos sean incapaces de reconocer a uno cuando lo escuchan. Primero, un experto no solo debe conocer su campo, sino ser muy ético, muy objetivo, no dejarse guiar por ideologías fascistas o estatistas extremas ni estar al servicio de grandes intereses económicos. Dos, debe opinar sobre su campo y no cometer la falacia de falsa autoridad de invadir terrenos que no domina.
Estamos hablando de una viróloga que, al final de su intervención en el conversatorio de la UCR aseguró que este es un virus que apenas estamos conociendo, o sea, que a pesar de sus postdoctorados ella no conoce, ni puede conocer, al bicho. Obvio, la virología no es una ciencia predictiva y nadie puede predecir las mutaciones que sufrirá el patógeno, si son más o menos peligrosas que las actuales, etc. Así que muy poco nos podía decir sobre el COVID-19 y eso que ese es su campo (Por cierto, no lo puede estudiar en Costa Rica, porque Inciensa reconoce que aquí no está aislado, en España tampoco lo está y nadie sabe en cuáles laboratorios sí lo está).
Sobre las sustancias solo el fabricante nos puede decir algo, ningún médico, virólogo o epidemiólogo es experto en ellas porque no se han publicado todos sus ingredientes con la excusa de que hay que defender propiedad intelectual y no permitir que se hagan genéricos. Sobre los efectos en las personas, los mismos fabricantes han dicho que pueden aparecer algunos inesperados. Ningún médico o virólogo puede predecir cuántas y cuáles reacciones inconvenientes pueden surgir en una inoculación masiva. Todos nuestros “expertos” hablan por fe en los fabricantes.
Creen en unos ensayos clínicos que no han revisado exhaustivamente, en unas sustancias cuyos ingredientes no pueden revisar porque carecen de los conocimientos químicos para ello y en una supuesta creación de anticuerpos efectivos que no pueden comprobar. Incluso para la duración y vencimiento de las sustancias deben confiar ciegamente en los fabricantes, pues no tienen capacidad para revisarlas por sí mismo, y eso que la ley obliga a la CNVE vigilar las fechas de vencimiento. No son más expertos que cualquiera que lea con atención toda la literatura a favor y en contra que se desarrolla en torno a las sustancias.
Luis Solórzano
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