Cada vez es mayor la evidencia de graves efectos adversos provocados por las vacunas. Un estudio de National Library of Medicine, de agosto de este año, nos dice: “Combinadas, las vacunas de ARNm se asociaron con un exceso de riesgo de eventos adversos graves de especial interés de 12,5 por 10000 vacunados (IC del 95%: 2,1 a 22,9); cociente de riesgos 1,43 (IC del 95%: 1,07 a 1,92). El ensayo de Pfizer mostró un 36% más de riesgo de eventos adversos graves en el grupo de la vacuna; diferencia de riesgo 18,0 por 10000 vacunados (IC del 95%: 1,2 a 34,9); cociente de riesgos 1,36 (IC del 95%: 1,02 a 1,83).
El ensayo Moderna mostró un riesgo 6% mayor de eventos adversos graves en el grupo de la vacuna: diferencia de riesgo 7,1 por 10000 (IC del 95%: -23,2 a 37,4); cociente de riesgos 1,06 (IC del 95%: 0,84 a 1,33). Combinados, hubo un riesgo 16% mayor de eventos adversos graves en los receptores de la vacuna de ARNm: diferencia de riesgo 13,2 (IC del 95%: -3,2 a 29,6); cociente de riesgos 1,16 (IC del 95 %: 0,97 a 1,39”.
Bastaría esa información para darse cuenta de que la obligatoriedad no debe existir. Esos números de 12 a 18 por cada 10000 significan que 1,5 niños de cada mil podrían presentar graves daños. Si vacunamos obligatoriamente a un millón, 1500 pequeños presentarán efectos que los podrían marcar de por vida. Allí sí tendríamos hospitales saturados. Hoy solo tenemos en el Hospital de Niños un caso por COVID-19 y varios por otros virus respiratorios. Solo la histeria de la directora de esa institución puede llevarnos a creer que la vacunación infantil contra el COVID-19 es una solución a la saturación hospitalaria.
Por cierto, las enfermeras inoculan y consuelan a la gente con las frases: “todo medicamento tiene efectos adversos y siempre es preferible cualquier efecto a una UCI”. No se puede ser más mentiroso. Una cosa es enfrentarse a un efecto adverso por una enfermedad que tengo y me está matando, por ejemplo, usar quimioterapia contra un cáncer. Y otra muy distinta es enfrentar graves efectos adversos por una dolencia que no tengo, tal vez no me dé nunca y si me da, quizá no pase de un resfrío.
Luis Solórzano Sojo.
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