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Participación en descenso, gasto en ascenso

La “democracia costarricense” tiene una virtud admirable: insiste.
Insiste en llamarse “participativa” aunque cada elección presidencial logre convencer a menos personas de ir a votar. Insiste en hablar de “voluntad popular” mientras una parte cada vez mayor de la población decide que su domingo vale más que una papeleta. Y, sobre todo, insiste en financiar generosamente un ritual al que la ciudadanía asiste… cada vez menos.

Proceso electoral presidencialMonto total de contribución estatal
1998₡3.557.615.289,99
2002₡4.915.089.100,00
2006₡13.956.101.540,00
2010₡17.174.926.340,01
2014₡18.147.669.999,99
2018₡25.029.906.960,00
2022₡19.790.922.360,00
Total acumulado (1998–2022)₡102.572.231.589,99

Hacer click sobre la imagen para ampliarla y visualizar el detalle del financiamiento por partido político desde 1998 al 2022:

El entusiasmo electoral en cámara lenta

Si se observa la evolución de la participación ciudadana en las elecciones presidenciales desde 1990, el panorama es claro, aunque incómodo: la participación baja y el abstencionismo sube. No de golpe, no con estruendo, sino de forma constante, casi elegante, como una decadencia bien educada.

En 1990, más del 80 % del electorado acudía a votar. Tres décadas después, en 2022, la participación ronda el 60%. El abstencionismo, que antes parecía una rareza, hoy se pasea cómodamente en 40 %

AñoVotos recibidosVotos válidosVotos nulosVotos en blancoParticipación (%)Abstencionismo (%)Segunda ronda
19901.384.3261.349.01429.9195.39381,818,2No
19941.525.9791.490.09730.6635.21981,118,9No
19981.431.9131.388.69836.3186.89770,030,0No
20021.569.4181.529.84532.3327.24168,831,2No
20061.662.8571.623.99230.4228.44365,234,8No
20101.950.8471.911.33332.5556.95969,130,9No
20142.099.2192.055.47238.0215.72668,231,8
20182.182.7642.154.69722.9745.09365,734,3
20222.123.8482.094.81617.66511.36760,040,0
Fuente: https://www.tse.go.cr/estadisticas_elecciones.html

Cuando no votar se vuelve mayoría silenciosa

Cada nuevo proceso electoral confirma la tendencia: menos votos emitidos en proporción al electorado, más ciudadanos que no se sienten representados, más personas que observan el espectáculo desde la gradería… o desde la casa.

Paradójicamente, esto no ha llevado a una reflexión profunda sobre el sistema político, los partidos o la calidad de las opciones. Al contrario, el mensaje institucional parece ser que todo va razonablemente bien, porque el proceso se realizó “en paz” y “con normalidad”. Que casi la mitad del electorado no participe ya es un detalle técnico.

Más abstención, más segunda ronda

A partir de 2014, la consecuencia lógica de este desinterés masivo se vuelve estructural: elecciones que no se definen en primera ronda. No porque exista una efervescencia plural extraordinaria, sino porque ningún candidato logra convencer a una mayoría clara en un electorado cada vez más reducido. Menos participación, más fragmentación, más rondas electorales. 

Y mientras tanto, la billetera del Estado bien abierta

Aquí viene la parte verdaderamente fascinante del modelo: mientras la participación ciudadana disminuye, el gasto estatal para financiar los procesos electorales no hace lo mismo. Todo lo contrario, a excepción de las elecciones presidenciales del 2022 donde el monto financiado disminuyó ligeramente con respecto al período del 2018.

Cada elección presidencial implica miles de millones de colones en contribución estatal a los partidos políticos. Montos que, elección tras elección, no reflejan austeridad, autocuestionamiento ni proporcionalidad con el entusiasmo ciudadano.

En otras palabras:
menos votantes, más dinero.
menos legitimidad social, más presupuesto.
menos confianza en los partidos, más financiamiento público.

La gran pregunta incómoda

Tal vez la pregunta ya no sea por qué la gente no vota, sino por qué debería hacerlo, cuando observa:

  • que su participación pesa cada vez menos,

  • que los partidos cambian poco,

  • y que el sistema se financia con entusiasmo aunque la ciudadanía no participe con el mismo fervor.

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