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Para quienes creen que solo los médicos pueden hablar de vacunas

Haber dado clases de filosofía y ciencia por muchos años a médicos, biólogos, bioquímicos, físicos, inmunólogos, ingenieros químicos, etc. me faculta para tener un panorama muy amplio sobre esas y otras disciplinas. Los ejemplos pueden ayudar a comprender mejor: tras una caída, una hija mía de diez años tuvo intensos dolores en una pierna. No había fractura.

Tras muchas consultas con varios médicos, un ortopedista diagnosticó Osgood Schlatter, una inflamación del hueso y cartílago de la tibia, que se da generalmente cuando hay un crecimiento acelerado, un estironazo en niños y adolescentes. Como el dolor era muy intenso, el ortopedista recetó Cataflam y una férula. Uno de mis estudiantes, ginecólogo con 25 años de experiencia e ingeniero químico que había dirigido laboratorios farmacéuticos, con humildad reconoció que él no hubiese podido llegar al diagnóstico y que el 80% del trabajo del médico es llegar a un buen diagnóstico.

El resto es hallar una buena cura. El cataflam no servía para nada, pero este ginecólogo conocía analgésicos mucho mejores y, sobre todo, recomendó magnesio y vitamina B. Otro ortopedista y una farmacéutica se sorprendieron del magnesio, dijeron que era imposible y que si quien lo había recetado era médico. Lo cierto es que funcionó. En otra ocasión, un gastroenterólogo recetó ciertas pastillas para la úlcera de una tía. Una bióloga molecular y expertísima en el sistema inmune –alumna mía-, me dijo que no eran convenientes por sus colorantes y preservantes, que lo mejor era otra pastilla. Fue la mejor recomendación posible porque antes de un mes mi tía estaba curada.

La medicina es un campo muy vasto, nadie la puede dominar por completo. No es una ciencia hecha, está en progreso constante y, a veces, en retroceso. No es nomotética, es decir, no llega a leyes y predicciones, como la astrofísica. Un astrofísico puede calcular en segundos dónde se hallará el planeta Venus dentro de seis meses o la trayectoria y fuerza del impacto de un asteroide o cometa que pase cerca de la Tierra dentro de diez años. Un médico jamás puede predecir las reacciones de un medicamento en toda una población, ni siquiera en una persona.

Es triste que en Costa Rica se haya delegado el decidir sobre obligatoriedad a un grupo de médicos. Son personas que, por un lado, no pueden analizar los componentes de una sustancia, como lo haría un farmacéutico o un químico y, sin embargo le dan su visto bueno por la sola fe en lo que dice el fabricante. Las sustancias pediátricas fueron aprobadas y declaradas obligatorias sin que los miembros de la CNVE tuvieran en sus manos los viales, pues llegaron al país después del 4 de noviembre, fecha de la reunión de emergencia en que se ordenó la obligatoriedad.

Por cierto, la compra se había anunciado el 25 de setiembre, 39 días antes. Dejo al lector especular sobre si el gobierno le pasó por encima a la CNVE e hizo gestiones de compra de un medicamento no aprobado o si los miembros de la CNVE ya estaban dispuestos a aprobar la inoculación infantil sin conocer los resultados de los ensayos clínicos ni esperar la autorización de uso de emergencia de la FDA.

Sea como sea, los miembros de la CNVE carecen de un conocimiento completo de los componentes de la sustancia –parece que hay algunos no declarados- y tampoco pueden predecir los efectos en todos y cada uno de los costarricenses. No obstante, se atrevieron a hacerla obligatoria sin responsabilizarse por nada. Probablemente quienes hubiesen podido dar un mejor juicio sobre la obligatoriedad son inmunólogos, expertos en el sistema inmune. Ellos conocen mejor que nadie las reacciones del cuerpo ante un patógeno o los componentes de un medicamento. Por cierto, la bióloga molecular e inmunóloga que cité es enemiga de la obligatoriedad y continuamente me escribe sobre los efectos adversos. No puede publicar nada por la censura en la prensa y las redes sociales.

Luis Solórzano Sojo

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