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Las vacunas salvan las vidas que se salvarían solas

En un video, una ejecutiva de Pfizer aceptaba que sus vacunas se hicieron a la carrera, sin la experimentación requerida, pero citaba un estudio en que se calculaba que habían salvado cuatro millones de vidas. En primer lugar, Pfizer nunca se vendió como vacuna que salvaba vidas, sino que evitaba contagios en un 95%. La protección era contra el contagio. En unos ensayos clínicos totalmente arreglados -22000 con placebo de los que se contagiaron 162 y 22000 con vacuna con ocho contagios- se concluyó falsamente que la inoculación evitaba el contagio en un 95%. En realidad se había contagiado el 0,73% de los que recibieron placebo y el 0,03 de los vacunados, para una diferencia absoluta de 0,7%, totalmente dentro del margen de error. No protegía contra la hospitalización porque ninguno de los voluntarios fue hospitalizado o murió.

Obviamente, ninguna vacuna que genera anticuerpos en la sangre puede evitar el contagio de un virus respiratorio que entra por la nariz o la boca. Solo imaginarlo es una tontería pero la FDA, la OMS y todos los países compradores lo aceptaron como válido. De ser cierto, los contagios en Costa Rica debieron bajar en un 95% pero más bien han subido más de seis veces desde la llegada de las sustancias génicas. Pero esa falsedad se ha usado para poner en marcha la obligatoriedad y crear un apartheid entre inoculados y no inoculados. En cuanto a evitar muertes en un 95% la sola propuesta es absurda, ya que solo un 1% de los contagiados activos requería hospitalización y solo un 1% del acumulado moría, o sea, ya había una protección del 98 al 99%, dependiendo de la edad. Por ejemplo, sobrevivía, sin vacunas, el 99,4% de los adultos jóvenes contagiados, el 99,98% de los menores de edad y el 88% de los adultos mayores.

Tomo como referencia el 15 de febrero del 2021, apenas se empezaban a poner vacunas en adultos mayores, ningún joven o niño estaba vacunado. El acumulado era de 222024 personas, de ellas 168412 eran adultos en edad laboral, 16395 eran menores y 15132 eran adultos mayores. Habían fallecido 2730 personas, 1879 adultos mayores y solo cuatro menores. Obsérvese la bajísima cantidad de contagios entre menores, apenas el 9,7% de todos los casos y la tasa de letalidad, 0,024. Nadie en su sano juicio, a excepción de los miembros de la CNVE, pensaría en la necesidad de vacunar a los menores, ni escribiría tonterías como en el último informe de esa comisión: “los niños también se contagian, contagian a otros y mueren”. Por supuesto que sí, pero en cantidades ínfimas.

En cambio, la tasa de letalidad de los adultos mayores era de 12,4. Moría uno de cada ocho contagiados, mientras que fallecía un menor de cada 4099 casos. El número de menores fallecidos se mantuvo en cuatro hasta el 11 de junio del 2021, cuando murió el quinto. Hace un año, el 10 de octubre teníamos 20 menores fallecidos de 58028 contagiados, tasa de letalidad de 0,03; se habían contagiado 454010 personas en edad laboral y 33821 adultos mayores, de ellos habían muerto 3768 y 2876 en edad laboral, para tasas de letalidad de 11,14 y 0,63 respectivamente. Las vacunas no cambiaron el hecho de que el COVID-19 fuera mortal para los adultos mayores. Tras ocho meses de vacunación y una cobertura de más del 95% en ese grupo etario, moría uno de cada 8,97 contagiados. En cambio, moría solo uno de cada 2901 menores, sin ninguna vacuna. Las vacunas salvan las vidas de los que tienen un buen sistema inmune y carecen de factores de riesgo. Así hasta yo, como diría doña Niní.

Luis Solórzano Sojo

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