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La ciencia progresa gracias a los que no creen en ella

A principios del siglo XX, la física era la de Newton. El universo era infinito, el espacio y el tiempo eran absolutos y las dos únicas fuerzas reinantes eran la gravedad y el electromagnetismo. Einstein cuestionó esa ciencia. Espacio y tiempo no son absolutos, son relativos. Se estiran o encogen dependiendo de la masa y la velocidad de los cuerpos. El tiempo en una estrella masiva no es el mismo que en la Tierra, transcurre mucho más lentamente. La longitud que ocupa un cuerpo lanzado a una velocidad cercana a la de la luz es mucho menor que la del mismo cuerpo en la Tierra.

La gravedad no es una fuerza que actúa a distancia, sino la consecuencia de curvaturas en el espacio-tiempo. Si esto es así, el universo no puede ser infinito, se curva sobre sí mismo. La consecuencia es que tendría un centro y todos los cuerpos se aglutinarían allí por la gravedad. Dado que esto es imposible, Einstein propuso una fuerza de repulsión que contrarrestara la gravedad y nos diera un universo estable. La llamó constante lambda, su peor error.

Alexander Friedmann y George Lemaitre mostraron, independientemente, que el universo, lejos de ser estable, estaba en expansión. Hubble lo demostró con su telescopio al observar que las galaxias se alejan unos de otras a velocidades fantásticas. Hay un video de un Einstein triste y resignado tras observar el universo por el telescopio de Hubble y ver que su cosmovisión se venía abajo. De la comprobación de la expansión, nació la teoría del big bang, propuesta por Gamow.

Solo imaginemos cómo sería nuestra cosmovisión si Einstein no hubiese cuestionado a Newton y creyera que el inglés representaba a la ciencia y no podía discutirse. O que Lemaitre, Friedmann y Hubble no hubiesen cuestionado a Einstein. Nuestros periodistas se vanaglorian de creer en la ciencia y califican a los que cuestionan las sustancias como “anti ciencia”. No se dan cuenta de que ser anti ciencia es el mejor elogio que se puede hacer a alguien puesto que son los anti ciencia los que han hecho progresar el conocimiento humano.

En cambio, los que no cuestionan la ciencia y creen todo cuanto dicen los médicos, virólogos, epidemiólogos y demás fauna que se hacen pasar por expertos, les han creído que estuvo bien decretar estado de emergencia cuando solo había 41 casos, ni un solo hospitalizado y ningún muerto por COVID en el país. Creyeron que 41 personas habían contaminado de tal modo el territorio nacional, que el virus estaba en los supermercados, en el suelo, en la ropa, en los zapatos… había que desinfectar todos los objetos y jamás tocar a otra persona fuera de la burbuja familiar. Nadie se preguntó por qué si el virus estaba en todas partes no estaba aislado en todos los laboratorios del mundo y para hallarlo era preciso hacer una PCR, hurgar en las profundidades de la garganta no para hallar al virus completo, este nunca se encontraba, sino dos genes o fragmentos que “son su marca” como me dijo la microbióloga que me hizo la prueba.

Tras un año en que el virus estaba en todas partes y todos podíamos ser portadores asintomáticos -lo que habría significado que casi nadie requería vacuna ya que para qué inocularse contra un virus que está siempre en nosotros sin causar síntomas- se pasó a otra historia. Ahora todos debíamos vacunarnos o terminaríamos en una UCI. Cualquier efecto adverso era preferible a una UCI, bramaba Daniel Salas, el mismo que aseguraba unos meses antes que debíamos considerar a todo ser humano como posible portador asintomático.

Ahora oficialmente el sistema inmune no servía para casi nada. Uno podía estar recuperado pero los anticuerpos creados por la enfermedad no duraban ni tres meses. Era preciso reforzarlos con los producidos por la vacuna. El organismo no tenía memoria del virus. El patógeno podía volver a entrar y el sistema inmune no lo iba a reconocer. Solución: una vacuna que consiste en insertar ARNm para que las células produzcan una espiga del virus. El organismo reconoce a la espiga como por arte de magia, la destruye junto con las células infectadas y fabrica anticuerpos contra cualquier variante del virus.

O sea, el mismo organismo que no es capaz de reconocer al coronavirus la primera vez que se infecta y lo deja pasar hasta que daña órganos importantes; el mismo que después de tres meses de recuperarse pierde la memoria del patógeno y puede sufrir una enfermedad peor, ese mismo es capaz de reconocer un pedazo minúsculo del virus, fabricar anticuerpos duraderos contra él y esos anticuerpos sí tienen memoria para reconocer al germen completo y destruirlo. Esa es la ciencia en que creen nuestros “expertos”.

Luis Solórzano

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