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Inmunidad natural vs. vacunas

Todos los días escuchamos a profesionales de la salud, periodistas y “expertos” afirmar que, sin vacunas, la situación mundial con respecto al COVID sería atroz, varias veces peor que la actual. Nunca saben justificar con números semejante afirmación, pero dan por un hecho que la inmunidad natural no habría servido de gran cosa. Tomo este texto, mal redactado, mal pensado y francamente mentiroso de la CNVE: “la enfermedad natural genera inmunidad de muy corta duración y las reinfecciones se han descrito en etapas tan tempranas como 26 días…

La inmunidad inducida por vacunas ofrece mayor predictibilidad (sic, es predictibilidad) y seguridad en la duración de la protección”. ¿Habrá que explicar que ninguna enfermedad genera inmunidad, sino que la persona debe ser inmune a ella antes de padecerla para poder resistirla? La inmunidad natural es la que ha permitido sobrevivir a toda especie, como las bacterias que resisten un antibiótico o las moscas inmunes a un insecticida, que pasan su resistencia a sus descendientes y hacen inútiles al antibiótico o al insecticida.

Miles de millones de personas tienen inmunidad anterior a la enfermedad, no debida a los anticuerpos de una vacuna o del mismo COVID. Las cifras son contundentes. El 29 de noviembre de 2020, cuando apenas estaban las vacunas en ensayos clínicos, había 63087000 contagios, pero de ellos ya se habían recuperado, sin anticuerpos IgG de vacuna o previos a la enfermedad, 43292000 personas, el 68,6%, y la tasa de letalidad mundial era apenas de 2,27.

La Asociación Costarricense de Infectología no es más científica ni veraz que la CNVE. Argumenta: “En cuanto al COVID se ha demostrado que la inmunización marcó un antes y un después en el desarrollo de la enfermedad, reduciendo así las muertes y hospitalizaciones”.

Naturalmente, esta asociación no tiene la menor idea de cuánto se redujeron las muertes y hospitalizaciones. Ni la CNVE ni Olga Arguedas, María Luisa Ávila o los infectólogos y virólogos del país se han dado cuenta de que es posible hacer el experimento contrario: calcular la cantidad de muertes y hospitalizaciones sin inmunidad natural, basados solamente en vacunas.

Einstein respaldo buena parte de su teoría de la relatividad con experimentos imaginarios. Hagamos uno. Imaginemos que ningún menor de edad costarricense tiene inmunidad natural contra el COVID, solo sobreviviría si se le aplica la vacuna. Imaginemos que 1,4 millones de menores del país son vacunados a la vez y tienen protección por unos tres o cuatro meses, al cabo de los cuales deberán ponerse nuevas dosis.

Vayamos al 2 de febrero del 2022, cuando la vacunación en niños no había empezado. Hay 76461 menores contagiados y 27 muertos: tasa de letalidad de 0,03, todo con base en inmunidad natural. Quitemos esa inmunidad y dejemos solo la de las vacunas, protección del 90% según Pfizer y la FDA. El 10% de esos muchachos, 7646, estaría hospitalizado o muerto. Tasa de letalidad de 10, 333 veces mayor que con la inmunidad natural.

Tomemos en cuenta que esa “protección” dura tres meses y que las inoculaciones causan efectos adversos graves en uno de cada 1000. Eso aumentará en algunas decenas la cantidad de hospitalizados y fallecidos. Tomemos el 2 de febrero del 2021, cuando nadie tenía esquema completo. 195009 casos y 2641 muertos, tasa de letalidad de 1,3, gracias a la inmunidad natural.

Imaginemos la misma situación sin inmunidad natural, todos dependiendo de vacunas e imaginemos que fuera cierto que dan protección del 95% contra hospitalización y muerte. La tasa de letalidad se eleva a cinco. En lugar de 2641 fallecidos tendríamos 9750, 3,7 veces más. Queda demostrado que los números de la pandemia son reducidos gracias a la inmunidad natural, no a las vacunas, a pesar de lo que digan esos que se hacen pasar por expertos.

Luis Solórzano

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