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En el origen de todos los males está una igualdad mal entendida

Es sabido que para los pueblos antiguos no había igualdad humana. Este concepto fue aportado a Occidente por estoicos y cristianos para quienes el hecho de poseer un alma racional, con libre albedrío, nos igualaba a todos. La materia nos diferenciaba, era el principio de individuación. Eran una razón y una voluntad libres, la parte espiritual, la que nos confería dignidad y derechos.

Si una persona es materialista, debería abandonar el concepto de igualdad. Lo curioso es ver combinadas ideologías materialistas e igualitarias, una contradicción en los términos.

En esta pandemia, el imposible concepto de igualdad material ha reinado. A pesar de la cantidad de pruebas en contra, se nos quiere hacer creer que el bicho es igualmente mortal para todos y que todos requerimos tres o cuatro dosis. De nada vale mostrar que los africanos, por carecer de genes neandertales, son menos susceptibles de sufrir enfermedad grave que los europeos.

De nada vale mostrar que Europa, con mucho menos población que África y mejor sistema de salud, tiene diez veces más fallecidos (2 millones frente a 200000 a mediados del 2022). Los progres igualitarios, como los de la CNVE, lo niegan y dicen que en África hay un subregistro y que es necesario llevarles las dosis salvadoras antes de que cundan las muertes en ese continente. Cualquier distinción entre etnias les suena a racismo.

Igual les suena a sexismo afirmar que la tasa de letalidad entre mujeres es mucho menor que en hombres, pero que las sustancias hacen más estragos en ellas que en ellos. Igualan niños y ancianos en los requerimientos de dosis aunque la tasa de letalidad en los segundos es 369 veces mayor que en los primeros.

De la igualdad material de las personas pasan a la igualdad material de las sustancias. Como su objetivo es crear anticuerpos, todas sirven igual, según una reconocida viróloga nacional.

Las épocas tienen paradigmas, ideas dominantes. En la nuestra predomina una idea de igualdad física imposible. Esa idea ha infectado el periodismo y las universidades. De allí nace la negación de toda inmunidad natural. Es imposible que unos sean más inmunes que otros. El que lo diga es un engreído peligroso. Obviamente, agreguemos el interés comercial de que todos se pongan el mismo medicamento varias veces y tendremos completo el panorama anticientífico actual, que intenta pasar por ciencia.

Luis Solórzano

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