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Una vacuna nasal, ciencia verdadera

El hisopado se hace en nariz y garganta porque por ahí entra el virus y ahí se aloja. El test de anticuerpos se hace en sangre porque allí está la inmunoglobulina G, producida por vacunas o una infección previa. Es imposible que esta inmunoglobulina detenga al virus en la nariz o garganta. Para eso está otra, que siempre se encuentra con nosotros, pues nos fue transmitida por la leche materna: La inmunoglobulina A (IgA) es la más abundante en las secreciones, como las de los tractos respiratorio y gastrointestinal.

Esta prevalencia refleja la importancia de la IgA en la protección inmunológica de las mucosas. La mayoría de las veces, la deficiencia de IgA es asintomática. Por lo general, el diagnóstico se realiza después de infecciones repetidas y prolongadas de vías aéreas superiores, tracto gastrointestinal y alergias”, dice la revista Alergia de México.

Me contaba una doctora en biología molecular que en Inglaterra se ha estado ensayando una vacuna nasal u oral contra el COVID-19. Esa tendría la ventaja de detener al virus por donde penetra: las mucosas; aparte de que no extendería una spike peligrosa por la sangre. No creo que nadie se opondría a ella, pero tardaría unos cinco años en estar lista.

El problema es que mientras periodistas despistados, médicos y trolles más despistados todavía, así como políticos, sigan considerando las actuales sustancias como la “cúspide de la ciencia” no van a avanzar métodos alternativos mejores, como los nasales o el antiviral que engaña al virus haciéndolo entrar en una falsa enzima ECA2. Mientras sigamos diciendo, como Arroba Tijerino y la CNVE, que estas cosas frenan la transmisión y continuemos comprándolas, la verdadera ciencia no avanzará.

Luis Solórzano Sojo

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