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La obligatoriedad no nace de la ciencia sino de la ignorancia

Se habla del “alto nivel científico y técnico” de la CNVE, pero la verdad es que no se necesita mayor conocimiento para hacer obligatoria para todo un país una sustancia y sí una enorme dosis de ignorancia e irresponsabilidad.

En marzo del 2020 se decretó estado de emergencia, situación que ya debería ser derogada. Se decretó cuando había solo 41 casos de COVID-19 en el país, no había un solo muerto ni hospitalizado. Unos pocos meses después se decretó el uso obligatorio de mascarillas, restricciones vehiculares, se cerraron negocios donde no se podía mantener distancia entre personas, etc. El 28 de mayo apenas habíamos llegado a 1000 casos y diez fallecidos. En 83 días habíamos pasado de 41 a 1000 casos, promedio de 11,5 al día, lo que indica una tasa de reproducción muy baja.

Mil casos en país de 5,1 millones de personas representan uno en 51000. No obstante, se decretó que debíamos tomar a toda persona como portadora asintomática. No saludarnos de mano, mantener distanciamiento… todo eso a pesar de que encontrarse con un contagiado, sobre todo en algunos cantones como Dota en que no había un solo caso, era casi imposible, o al menos una posibilidad en 51000. Las medidas no nacieron de la ciencia sino de la ignorancia. Como no sabemos quién porta el virus, tratemos a todos como si lo portaran.

La vacunación obligatoria no tuvo más base científica que lo anterior. Es obvio que si hay cientos de miles de asintomáticos, estos no requieren vacuna. Nadie se pone tres dosis para evitar una enfermedad que ni siquiera le provoca estornudos. Es obvio también que si hubo miles de asintomáticos que justificaron todas las restricciones, uso de mascarillas, cierre de negocios, etc. Gran parte de la población ya tenía anticuerpos y tampoco requería vacunación. Igualmente, si el 99% de los contagiados no requería hospitalización, como lo prueban los datos del Ministerio de Salud de noviembre del 2020: 50000 activos y solo 500 hospitalizados, el 1%, y 200 en UCI, el 0,4%, traer una vacuna que evitaba hospitalizaciones y muertes en un 94% (como propagó falsamente Pfizer) o en un 70% (AstraZeneca) era tan absurdo como innecesario.

Ahora se hizo obligatorio un esquema completo de tres dosis. Las excusas de la CNVE para eso son irrisorias y francamente mentirosas: la inmunidad producida por la enfermedad dura 26 días. En primer lugar, debieron decir anticuerpos, no inmunidad pues esta depende de todo el organismo. En segundo, es completamente falsa esa cifra y ellos lo saben. Su afán fue engañar al presidente Chaves y al país.

Volvamos al punto central: no todos necesitan la vacuna, menos tres o cuatro dosis de esta. Como no sabemos quiénes ya tienen anticuerpos, quienes no se van a contagiar nunca (apenas el 7% de la población mundial se ha contagiado en casi tres años de pandemia) o a quiénes les dará la enfermedad tan leve que ni se darán cuenta, vacunemos a todos por obligación, incluso a las embarazadas y los niños de seis meses. Aquí lo que manda no es la ciencia, sino la ignorancia, como cuando se dijo que todos debíamos tratarnos como portadores asintomáticos.

Las tres dosis nacieron de que Pfizer bajó el agente activo de su vacuna a 30 microgramos, menos de un tercio de la de Moderna. Obviamente, no producía tantos anticuerpos y eso fue comprobado por estudiosos en Estados Unidos. Tres dosis de Pfizer no llegaban a una de Moderna. Por eso se requirieron dosis repetidas de esa marca, pero pronto todas las marcas, incluida Janssen, potentísima por ser de dosis única, pasó a inocularse tres veces, lo que es una barbarie, sobre todo si las tres son combinadas con AstraZeneca y Moderna o Sputnik.

De allí nació también la tesis de que la protección de las vacunas duraba muy poco, apenas tres meses, y había que renovarla. Es obvio que los anticuerpos en sangre desaparecen al poco tiempo, pero se ha comprobado, con el Sars 1 y el Mers, que quienes padecieron esos males conservan anticuerpos contra ellos en su médula ósea, que se renovarían y atacarían a esos virus 18 años después de haberlos padecido.

Obviamente, si me hago un examen de anticuerpos ahora no tendré ninguno en mi torrente sanguíneo y algún ignorante dirá que tengo que vacunarme ya. Pero un examen en médula casi seguramente los mostraría ahí. Como no podemos hacer exámenes a todo vacunado o recuperado en médula ósea, por ser muy caro y doloroso, decretamos dosis tras dosis obligatorias para que continuamente los tengan en sangre, gran negocio para las farmacéuticas y los corruptos que las obedecen, pero pésimo para el sistema inmune agotado de quien las recibe. De nuevo la ignorancia obliga a dosis repetidas, no la ciencia.

Finalmente, así como me encantaría que se llevaran ante organismos internacionales de derechos humanos nuestra ley de obligatoriedad y nuestro decreto, ambos sin sanciones específicas pero que las dejan al arbitrio de los patronos como si fueran sicarios o ejecutores, también me gustaría que las absurdas afirmaciones “científicas” de la CNVE, como que la “inmunidad producida por la enfermedad” es de muy corta duración y en algunos casos dura solo 26 días y la de la vacuna dura más y tiene más trazabilidad, sean llevadas a organismos internacionales de salud, para ver qué opinan de nuestros científicos.

Luis Solórzano Sojo

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